Más allá del juego: la grandeza de cuidar a los demás

Antón era judío y dueño de una de las panaderías más famosas de Alemania. Cuando le preguntaban cómo había sobrevivido al Holocausto, solía contar esta historia:


—¿Sabes por qué estoy vivo hoy?

Cuando era adolescente, los nazis nos subieron a un tren rumbo a Auschwitz. Pasamos días enteros sin comida, sin agua, sin abrigo. Nevaba. El frío era insoportable. La muerte estaba en cada rincón del vagón.

A mi lado, un anciano temblaba sin parar. Yo también me estaba congelando, pero decidí usar mis manos para frotar las suyas, su cara, sus piernas. Lo abracé toda la noche, le hablé, le pedí que no se rindiera.

Cuando salió el sol, descubrí algo que me estremeció: todos los demás en el vagón habían muerto congelados. Solo quedábamos él… y yo.
Él vivió porque lo mantuve caliente.
Yo viví… porque lo mantuve vivo.

Y entonces Antón decía:
“El secreto de la supervivencia es calentar el corazón de los demás. Cuando das calor, lo recibes también. Cuando ayudas a vivir… vives tú también.”   (Créditosal autor)

En el baloncesto pasa lo mismo: un equipo no sobrevive ni crece solo con talento individual, sino con la capacidad de darnos calor unos a otros. Cuando un entrenador anima al jugador que falla, cuando un compañero levanta al que cae, cuando el grupo trabaja unido aunque las cosas no salgan… ahí está la verdadera grandeza.
El secreto no está solo en ganar partidos, sino en aprender a mantenernos vivos como equipo, a dar confianza, apoyo y motivación. Porque en el baloncesto, como en la vida, cuando ayudas a otro a crecer… también creces tú.

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