🧠 El ego en el baloncesto: cuando el querer tener razón pesa más que el querer aprender
El baloncesto es un juego de equipo, pero también un espejo.
Cada entrenamiento, cada conversación y cada partido reflejan lo que somos por dentro: nuestra paciencia, nuestra forma de comunicarnos y, sobre todo, nuestro ego.
Ese “yo” que quiere tener siempre la razón, que necesita demostrar que sabe más o que busca imponerse en lugar de compartir.
Y lo curioso es que el ego no distingue cargos: afecta tanto al entrenador como al jugador.
El ego del entrenador: cuándo enseñar se convierte en imponer
Hay entrenadores que confunden autoridad con infalibilidad.
Creen que deben tener siempre la última palabra, que escuchar al jugador es ceder poder o que permitir el diálogo es una señal de debilidad.
El resultado es un grupo que obedece pero no piensa, que ejecuta sin entender.
Y un jugador que no piensa, nunca desarrolla su lectura del juego ni su independencia dentro de la cancha.
A veces el ego del entrenador nace del miedo: miedo a perder el control, a parecer poco preparado, o a no ser respetado por jugadores o padres.
Pero el respeto real no se impone: se gana con coherencia, empatía y humildad.
Escuchar no resta autoridad; la refuerza.
El ego del jugador: cuando opinar se convierte en dominar
Del otro lado está el jugador —o el grupo de jugadores— que siente que lo sabe todo, que interpreta cada corrección como un ataque o que usa su experiencia o su talento para desafiar la dirección del equipo.
A veces ocurre con jugadores veteranos frente a un entrenador nuevo, o cuando un técnico joven intenta ganarse un vestuario lleno de personalidades fuertes.
En esos casos, la comunicación se rompe rápido.
El jugador deja de escuchar, el entrenador se defiende, y el equipo entra en un bucle donde nadie aprende.
Hay una línea muy fina entre participar y desbordar, entre aportar y querer tener el control.
Y cuando se cruza, el grupo deja de tener un rumbo claro.
Un juego de equilibrios: autoridad y participación
El secreto no está en eliminar el ego, sino en dominarlo.
El entrenador debe aprender a escuchar sin perder liderazgo, y el jugador a expresarse sin perder respeto.
Ambos deben entender que la comunicación no es una lucha por el poder, sino una herramienta para mejorar.
Un equipo maduro no es aquel donde nadie discute, sino aquel donde se puede hablar sin que nadie se sienta atacado.
Donde las diferencias se convierten en aprendizaje y no en fractura.
🏀 Principios para mejorar la relación entrenador-jugador
1. Escuchar antes de corregir.
Antes de hablar, pregúntate si has entendido lo que el otro quiso decir o hacer. La escucha activa reduce los conflictos y mejora el aprendizaje.
2. Preguntar en lugar de imponer.
“¿Qué viste en esa jugada?” enseña más que “¿Por qué hiciste eso?”.
Las preguntas desarrollan la inteligencia táctica y el pensamiento autónomo.
3. Distinguir entre opinión y autoridad.
No todas las voces pesan igual, pero todas merecen ser oídas.
El entrenador decide, pero escuchar ayuda a decidir mejor.
4. Aceptar el error como parte del proceso.
Tanto entrenadores como jugadores fallan. El problema no es fallar, sino negarlo.
La humildad abre la puerta a la mejora constante.
5. Mantener la coherencia.
No puedes pedir respeto si no lo das, ni exigir compromiso si no lo demuestras.
La coherencia es el lenguaje universal del liderazgo.
6. Cuidar el tono y la forma.
Un mensaje correcto dicho con tono equivocado se convierte en conflicto.
La comunicación efectiva no es solo lo que se dice, sino cómo se dice.
7. Construir confianza cada día.
Los equipos que hablan con sinceridad, se escuchan y se apoyan, sobreviven a los malos momentos.
La confianza es el pegamento invisible del éxito.
💬 Reflexión final
El ego siempre estará ahí.
Pero cada día en la cancha es una oportunidad para decidir si dejamos que nos dirija o si aprendemos a convivir con él.
Un entrenador que escucha y un jugador que acepta ser guiado construyen algo más grande que un resultado: forman una cultura de respeto y aprendizaje mutuo.
Porque en el baloncesto, como en la vida, no gana el que tiene la razón… sino el que ayuda a los demás a mejorar.
Ser entrenador es un camino difícil.
Desde fuera, muchos piensan que basta con llegar al entrenamiento, repartir unas pelotas y dejar que los niños aprendan por sí solos.
Sencillo, ¿verdad?
Pero no lo es.
Porque el entrenador no enseña solo a un niño o a una niña, sino a un grupo completo, cada uno con su carácter, su ritmo y su manera de entender el juego.
Y después de eso, tiene que lograr algo aún más complejo: que todos jueguen como un equipo.
Eso no se consigue con un par de ejercicios ni con gritos desde la banda.
Se logra con paciencia, comunicación y una enorme dosis de empatía.
Entrenar no es solo enseñar a botar o a pasar; es formar personas que aprendan a convivir, a respetar y a compartir el balón.
Y aunque muchos crean que es fácil, solo quien ha estado dentro de una cancha sabe lo que realmente cuesta.
Si te esta gustando este blog dejamelo saber, y deja tus experiencia sobre el tema para que otros entrenadores mejoren.

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