🏀 “El sueño del hijo, la ilusión del padre”


🏀 “El sueño del hijo, la ilusión del padre”

En cada entrenamiento hay más de un sueño en la pista.
El del niño que solo quiere jugar y el del padre que imagina hasta dónde podría llegar.
Ambos sueñan con la misma pelota, pero no siempre con el mismo sentido del juego.

El sueño del niño

Cuando un niño o niña empieza en un club, lo hace por algo muy simple: porque le gusta jugar.
Corre, ríe, se equivoca y aprende. Descubre amigos, retos, emociones nuevas.
El deporte, para él, es una forma de expresarse, no un camino hacia el éxito.

Su motivación es inmediata: disfrutar, pertenecer, mejorar.
No piensa en becas, selecciones ni contratos. Piensa en la próxima canasta o en el partido del sábado.

El sueño del padre

Los padres sueñan también.
Sueñan con ver a su hijo destacar, disfrutar, llegar lejos.
Pero a veces ese sueño se mezcla con algo más: expectativas, comparaciones o deseos personales.

He conocido padres que viven cada minuto del entrenamiento con el corazón en la mano, queriendo ayudar, corrigiendo, empujando.
Y he visto también niños mirar de reojo a la grada, buscando la aprobación en cada acción.

Recuerdo a un padre que me decía cada semana: “Mi hijo tiene talento, tiene que jugar más”.
Pero su hijo solo quería disfrutar del grupo, reírse con sus compañeros y meter una canasta de vez en cuando.
No le faltaba talento; le sobraba presión.

El punto de equilibrio

No se trata de decirle a los padres que sueñen menos, sino que acompañen mejor.
El mejor apoyo no es el que exige, sino el que anima, comprende y confía.
El que entiende que cada niño tiene su ritmo, su personalidad y sus propios motivos para jugar.

El entrenador también tiene un papel: ayudar a los padres a ver más allá del marcador, del rol o de los minutos.
Porque el deporte forma personas antes que jugadores.

Cuando los sueños se alinean


Cuando el padre deja de ver al hijo como un futuro jugador y empieza a verlo como un niño que juega, algo cambia.

El deporte se vuelve una herramienta poderosa para unir, para enseñar respeto, esfuerzo, humildad y empatía.

Y entonces sí, ambos sueños se encuentran:
el del niño que disfruta y el del padre que se siente orgulloso, no por los puntos, sino por la persona que su hijo está aprendiendo a ser.

Aprender a mirar desde la grada

A veces, lo más difícil para un padre no es llevar al niño al entrenamiento, sino saber mirar desde la grada.
No intervenir, no juzgar, no corregir con gestos o palabras.
Solo mirar, disfrutar y confiar.

Porque cuando un niño siente que lo observan con ansiedad, juega para no fallar.
Pero cuando siente que lo observan con cariño, juega para disfrutar.
Y ahí es donde aparece lo mejor: la sonrisa, la creatividad, el amor por el juego.

He visto padres que se sientan al final de la grada, en silencio, observando sin presión.
Y sus hijos, curiosamente, son los que más crecen: se atreven, se equivocan, aprenden.
El apoyo silencioso es a veces el más fuerte.

El papel del entrenador: puente entre sueños

El entrenador no solo enseña técnica o táctica.
Es un traductor de emociones.
Debe entender lo que el niño siente y también lo que el padre espera.
A veces es quien tiene que explicar que el progreso no siempre se mide en puntos, ni el talento en minutos jugados.

La comunicación con las familias debería ser tan importante como la planificación de un entrenamiento.
Una conversación honesta puede evitar muchos malentendidos y, sobre todo, puede devolver al niño la tranquilidad que necesita para disfrutar del proceso.

“Entrenar no es solo formar jugadores, es acompañar familias”, decía un viejo entrenador amigo mío.
Y tenía razón. Porque detrás de cada niño que mejora, hay un adulto que supo dejarle espacio para crecer.

Cuando los padres también aprenden

Muchos padres descubren, con el tiempo, que el deporte no solo enseña a los hijos.
También enseña a ellos.

Les enseña paciencia, empatía, y sobre todo, a soltar el control.

El día que el padre deja de mirar el marcador y empieza a mirar la actitud, algo cambia.
El día que valora más el esfuerzo que la canasta, empieza a entender lo que realmente importa.
Y cuando llega ese momento, el deporte se convierte en una escuela compartida: para el niño y para el adulto.

Epílogo: el mismo sueño, distinto camino

Al final, todos sueñan con lo mismo: que el niño crezca feliz, aprenda, y encuentre en el deporte un lugar donde sentirse bien.
Pero ese sueño solo se cumple cuando se respeta el ritmo de cada uno.

El padre puede seguir soñando.
El hijo puede seguir jugando.
Y el entrenador puede seguir guiando.

Mientras los tres mantengan una mirada común —la del respeto, el disfrute y la educación—, el básquet seguirá siendo lo que debe ser:
una excusa maravillosa para formar personas, no solo jugadores.

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